Las
personas pueden ser más apreciadas por sus silencios que por sus palabras,
porque saben escuchar.
El silencio puede ser más
elocuente que cualquier palabra. Por ejemplo, en una situación límite el
silencio es el que confirma el desenlace.
Muchos tienen dificultades
para relacionarse porque tienen miedo de no saber qué decir, no se dan cuenta
que para agradar es mejor no decir nada y conservar el misterio.
Las
cosas superficiales son ruidosas para destacarse porque están vacías de
contenido; en cambio, lo que es
esencial y verdadero permanece en el silencio.
Los grandes momentos exigen
silencio para poder estar atentos, no distraerse y concentrarse en los
significados.
Los cultos religiosos son
silenciosos porque solamente en silencio está lo sagrado; el espacio entre los
pensamientos; nuestra interioridad; la eternidad y el ser verdadero.
El silencio expresa mejor los
sentimientos que las palabras, porque el que mucho dice poco siente.
Las palabras hieren pero el
silencio es piadoso y hasta misericordioso.
La música se expresa en
función del silencio que la precede y en los momentos de mayor dramatismo es
más elocuente el silencio que la música.
El ruido caótico define a una
civilización como desordenada, salvaje y subversiva, que es cuando los
individuos no tienen ninguna consideración hacia el otro.
El miedo a relacionarse
impide hacer silencio y obliga a aturdir al otro con palabras vacías que sólo
consiguen alejarlo.
Más allá de nuestros
pensamientos está el silencio que puede experimentarse en la meditación como
algo profundo y anhelado.
El silencio predispone a la
calma y a la reflexión, es el lugar de las mejores ideas, la fuente de la
creatividad.
El silencio es más real que
las cosas porque es el canal que permite el surgimiento de lo verdadero.
El que ante una ofensa se
queda en silencio desarma a su agresor, lo descoloca y lo inhibe y además se adueña
de la situación.
El silencio es el perdón y la
posibilidad de ser perdonado y es el único modo de guardar secretos.
La paradoja del silencio es
que se destaca por la ausencia de ruidos, deja huellas aunque sea una
incógnita, tranquiliza y produce sosiego aunque nadie lo note y sin ruido deja
más lugar para la imaginación.
Sólo vale la pena romper el
silencio para agradecer, porque las palabras nunca pueden expresar fielmente lo
que estamos pensando.
El silencio es la
mejor plegaria, y hasta el mejor camino hacia el autoconocimiento
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