En aquellos momentos en que no nos queda más
remedio que enfrentarnos a situaciones vitales difíciles, son varios los
sentimientos que pueden aflorar en nuestro interior. Algunos de ellos, como por
ejemplo la ansiedad o la tristeza, pueden no sorprendernos, debido
probablemente a que ya hemos entrado en contacto con ellos anteriormente a lo
largo de nuestra vida. Otras sensaciones como el sentimiento de vulnerabilidad,
sin embargo, pueden resultarnos más novedosas e incluso pueden hacernos sentir
profundamente turbados.
En una sociedad en que desde hace siglos la emoción
y la sensibilidad se han asociado casi inequívocamente con la irracionalidad y
la debilidad, el sentirnos vulnerables no suele resultarnos algo agradable.
Desde bien pequeños se nos enseña la importancia y las ventajas de “tenerlo
todo controlado”, de manera que cuando esta capacidad de control se desvanece
nos sentimos profundamente pequeños e indefensos, y sentirse pequeño e
indefenso no suele ser algo fácil de digerir.
Esto hace que a menudo nuestros recursos deban
mobilizarse no sólo para afrontar la situación estresante, sino también para
reformular la idea que tenemos de nosotros mismos: idea en la que muy a menudo
la flaqueza o vulnerabilidad no tienen mucho espacio. Esta ausencia o poca
identificación con nuestra faceta vulnerable se debe en parte a que
tradicionalmente la hemos disociado por completo de la fortaleza o la capacidad
de adaptación. Hemos aprendido que no podemos ser fuertes y vulnerables a la
vez, de manera que, al vernos obligados a elegir entre una de las dos
características, nos quedamos con la fortaleza.
Pero, ¿es realmente cierto que uno no pueda
sentirse vulnerable y ser fuerte a la vez? Boris Cyrulnik, uno de los mayores
expertos en resiliencia a nivel mundial, nos responde de forma clara en su
célebre obra Los patitos feos: “la resiliencia, el hecho de superar
el trauma y volverse bello pese a todo, no tiene nada que ver con la
invulnerabilidad ni con el éxito social.” Y esto es así entre otras cosas
porque el sentirse vulnerable en determinados momentos y ante determinadas
circunstancias es algo indisociable de nuestra calidad de ser humanos, de
manera que constituye una parte de nuestra experiencia deseable y sana
imposible de esquivar.
Cuando la vida nos da un golpe una herida aparece
en nuestro ser, una herida que por mucho auto-conocimiento y terapia que
hagamos seguirá siempre allí, constituyendo un lugar que dolerá más fácilmente
al ser tocado que cualquier otro y esto, nos guste o no, nos hace vulnerables.
El objetivo pues, el ser fuertes, no pasa en absoluto por volvernos ciegos a
nuestra parte blanda, al contrario: se trata en realidad de mirar de frente
esta parte y reconocerla como algo tan nuestro como todo lo demás, de manera
que podamos integrarla en nosotros en vez de intentar luchar con ella o hacerla
desaparecer.
En el momento en que logramos que esta consciencia
y aceptación entren en nuestra vida, nos sorprenderemos al contemplar como la
fortaleza y la capacidad de superación las acompañan cogidas de la mano, ya que
no existe nadie más fuerte que el que conoce bien su debilidad y ha hecho las
paces con ella.
Cuando logremos mirarnos a nosotros mismos y a
nuestras heridas desde la compasión bien entendida, y no desde la exigencia o
el juicio, seremos capaces de seguir viviendo con ellas haciendo que la intensidad
del dolor se apacigue y nos permita seguir adelante aportándonos incluso cosas
buenas por el camino. Citando de nuevo a Cyrulnik: “Sólo entonces podrá llevar
una existencia de cisne, bella y sin embargo frágil, pues jamás podrá olvidar
su pasado de patito feo. No obstante, una vez convertido en cisne, podrá pensar
en el pasado de un modo que el resulte soportable.”
Es responsabilidad de todos, de cada uno de
nosotros, el que la vulnerabilidad pase a ser vista como algo tan natural como
lo que realmente es, y no sólo como un signo de debilidad o estupidez.
Aprende a decir “no puedo” con la cabeza en alto:
¡entonces podrás con todo!
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