¿Tiene sentido seguir hablando hoy de espiritualidad? ... Si
y hay que añadir que, incluso en el imaginario colectivo cristiano, se tiende a
pensar que una “persona espiritual” es un beato o beata, una persona más bien
mojigata, o rara. En organizaciones vinculadas a los jesuitas, donde una parte
significativa de los profesionales no comparte plenamente la fe cristiana,
hablar de espiritualidad, ¿no es hablar más de lo que nos separa que de lo que
nos une? Creemos que no.
La espiritualidad tiene que ver con la vida y con nuestra
forma de vivirla. Tiene que ver con el ánimo con el que nos levantamos todos
los días para ir a trabajar, con la manera de afrontar los problemas o con
nuestras relaciones con el vecino. Tiene que ver con nuestra reacción cuando, delante
del espejo, las arrugas nos indican que vamos envejeciendo; tiene que ver con
las páginas que visitamos en Google, con nuestro tiempo libre, o con el
espíritu con el que sobrellevamos la enfermedad, nuestra o de un ser querido. Y
tiene que ver, por supuesto, con lo que las personas creyentes llamamos Dios y
con esa experiencia que cambia la vida hasta el punto de querer desvivirse por
los demás.
Espiritualidad viene de “espíritu”, que originariamente
significa viento, aliento. Indica libertad, brisa, algo difícil de encerrar y
encasillar. Por eso, la espiritualidad no es patrimonio exclusivo de
las religiones y de los creyentes. Muchas personas, alejadas hoy por
distintos motivos de las grandes tradiciones religiosas, no renuncian por ello
a cultivar su espíritu. En un mundo plural y en cambio no es fácil definir con
exactitud qué es espiritualidad. Pero parece que los distintos itinerarios
confluyen en algunos puntos fuertes: el cultivo de una sensibilidad humana
profunda que desarrolle la empatía y la capacidad para elegir lo mejor; la
salida de la perspectiva espontáneamente egocéntrica con la que nos situamos
ante las personas y ante toda la realidad; la búsqueda de una forma de vida
reconciliada, compasiva y solidaria.....