Identificar las fortalezas de los niños en lugar de las
carencias, que es lo que se ha hecho normalmente, debería permitir una
planificación educativa adecuada. Lo cierto es que aunque todos somos
diferentes, con cerebros únicos y singulares, la escuela ha considerado
tradicionalmente una única forma de aprendizaje y ha clasificado a los alumnos
en función de una capacidad general. Los test de inteligencia, que son limitados,
descontextualizados y en los que han predominado las exigencias matemáticas y
verbales, han servido para etiquetarlos en lugar de promover su desarrollo
académico que era para lo que se crearon inicialmente. La fascinación por el
cociente intelectual está en concordancia con la adopción exagerada de los
exámenes formales como forma de evaluación, en la mayoría de los casos
descontextualizados, alejados de la realidad y con poca utilidad
práctica. Los alumnos son evaluados de forma individual cuando sabemos que las
necesidades sociales actuales son muy diferentes.
La realidad es que, en la gran mayoría de las escuelas, se
adaptan a currículos uniformes en los que los alumnos han de estudiar las
mismas asignaturas presentadas de idéntica forma.
Howard Gardner ha sostenido que el concepto tradicional de
inteligencia es demasiado limitado y que tenemos múltiples inteligencias, todas ellas importantes, que la educación
debería considerar de forma equitativa para que todos los niños pudieran
optimizar sus capacidades individuales. En la práctica, no todos aprendemos de
la misma forma ni tenemos los mismos intereses y en un mundo cambiante como el
actual, en el que la diversidad de información es una realidad, la elección
resulta inevitable.
Las implicaciones educativas de la teoría de las
inteligencias múltiples son enormes. Está sugiriendo a los docentes la
necesidad de aplicar estrategias pedagógicas más allá de las lingüísticas y
lógicas que predominan en el aula y de adoptar enfoques creativos que se alejen
de las tradicionales distribuciones de mesas en filas y columnas con el
profesor delante (y en muchas ocasiones por encima), de los pizarrones o de la
dependencia excesiva de los libros de texto. Los nuevos tiempos requieren
entornos que fomenten la creatividad y la colaboración.
Es evidente que la educación tradicional que se inspiró en
necesidades pasadas ha dejado de ser válida, por lo que se requiere una enorme
transformación que considere alternativas creativas adecuadas a las necesidades
del tiempo en que vivimos, pero para ello se necesitan tomar las medidas
convenientes. Por ejemplo, para que un centro se convierta en una escuela de
inteligencias múltiples no se ha de limitar a ofrecer una gran variedad de asignaturas
o materias diferentes, incluso ya hay colegios que promocionan diferentes
métodos de enseñanza cuyos docentes tampoco están preparados y motivados para
tal hazaña.
El propio Gardner considera imprescindible en este modelo
educativo la presencia de determinados profesionales que desarrollen funciones
inexistentes en la mayoría de colegios: un especialista evaluador que comprenda
las habilidades e intereses de los alumnos, un mediador alumno-currículo que
asesore al estudiante y un mediador escuela-comunidad que permita al estudiante
buscar oportunidades educativas dentro de la comunidad (Gardner, 2005).
Los nuevos tiempos requieren nuevas estrategias educativas y
lo que está claro es que una escuela que sea útil ha de considerar el
aprendizaje para la vida, pero para ello no se pueden tener en cuenta
únicamente las matemáticas y la lengua, que tradicionalmente han sido las
materias que han servido para predecir el éxito escolar y catalogar la
inteligencia de los alumnos. Las implicaciones educativas son enormes porque el
alumno dotado para las matemáticas es inteligente mientras que, por
ejemplo, el dotado para la música también lo es (y no talentoso como se
consideraba normalmente). En este nuevo marco educativo es imprescindible
obtener información sobre cómo aprende el alumno y cuáles son sus fortalezas e
intereses para así poder utilizar todos los recursos pedagógicos
disponibles. El maestro deja de ser un transmisor de conocimientos y se
convierte en un guía que acompaña el proceso de aprendizaje real del alumno
permitiéndole adquirir las competencias requeridas en pleno siglo XXI. Richard
Gerver lo explica muy bien, “la educación formal, clásica, basada en superar
exámenes, no crea personas creativas e innovadoras preparadas para el futuro
que les tocará vivir en el siglo XXII, sino personas que se acostumbran a ser
gestionadas (a que les digan qué tienen que aprender y cómo lo tienen que
aprender). La educación clásica provoca que muchas personas sean fracasadas porque esperan ser
gestionadas” (Gerver, 2012). Descubrir el talento de cada niño, generar
entornos adecuados que optimicen el aprendizaje a través de sus intereses y
fomentar su autonomía constituyen la esencia del nuevo paradigma educativo. La
creatividad y la voluntad que requiere esta transformación también se aprenden.
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