martes, 18 de junio de 2013

La cuestión de los fines y los medios

"La vida real no es plastilina que pueda adoptar la forma que queramos. Hay una un orden una jerarquía, lo contrario, es el caos"... 

Imaginemos humorísticamente a unos sujetos un tanto perturbados por lecturas «políticamente incorrectas». Uno de ellos fue a un psiquiatra que le aconsejaba -para tranquilizarle- que se olvidara del supuesto orden entre los medios y los fines. « ¿Qué importa que una cosa sea fin o medio? -decía el galeno-, en realidad, todo es fin y todo es medio, por eso nada es medio ni es fin... A lo que responde el paciente: -Pues mire, doctor, esto mismo me dijo el zapatero. Tenía unos zapatos de excelente diseño. Pero yo tenía los pies grandes y no me cabían. La solución estuvo conforme con su teoría. Llamó al traumatólogo y me cortó los dedos de los pies. Ahora ya, fíjese, los zapatos me sientan perfectamente.

-Pues claro que sí, hombre. Usted creía que el pie era el fin y los zapatos los medios: una vulgaridad. Hay que ser creativos. Por cierto, ¿por qué lleva usted ese vendaje en la cabeza? ¿Le duele acaso la abundancia de ideas inquietantes?

-No señor, es que mi sombrerero tiene unos sombreros de exquisito formato, pero mi cabeza era demasiado grande. Por eso me limó el cráneo con mucho cuidado. Cuando me quite la venda, el sombrero me sentará de maravilla. Ahora lo entiendo todo doctor, creativamente hablando, si el fin es excelente, el medio puede ser execrable; perdón, quiero decir, que será también excelente, porque lo excelente y lo execrable en rigor son lo mismo y no existe ni lo uno ni lo otro, ¿no es así?

El Lecho De Procusto 

Esta especie de locura que consiste en prescindir, a la hora de actuar, del orden natural entre el fin y los medios adecuados, está muy difundida y explica gran cantidad de crímenes no sólo contra «la humanidad» abstracta, sino contra millones de personas concretas, con rostro, nombres y apellidos. Se adopta una conducta y se adapta como sea, el pensamiento, para justificarlo. Se construye una teoría moral y se hace como Procusto. Procusto no era el nombre de pila del mítico posadero de Eleusis. Se llamaba Damastes, pero le apodaban Procusto que significa «el estirador», lo cual sólo se comprendía cuando mostraba su sistema de hacer amable la estancia a sus huéspedes. Deseoso de que los más altos estuvieran cómodos en sus lechos, se aseguraba de que éstos tuvieran la medida exacta cortándoles (a los huéspedes) la porción sobresaliente de sus miembros. Y a los bajitos les ataba grandes pesos a los pies hasta que alcanzaban la estatura justa del lecho. Menos mal que Teseo, forzudo atleta, puso fin a las locuras del posadero devolviéndole con creces el trato que dispensaba a sus ingenuos clientes.

La vida real no es una especie de plastilina que pueda adoptar la forma que queramos. Hay una naturaleza de las cosas, unas relaciones naturales entre ellas, que configuran un orden de prioridades -lo contrario al caos-, una jerarquía de valores. Es más importante la cabeza que la mano; hay que conservar antes aquella que ésta; y, ésta, si caemos, instintivamente se adelanta  parar el golpe. Es más importante el auto que su cenicero. Si el cenicero está lleno de colillas no es sensato tirar el auto y comprarse otro, sino tirar las colillas y conservar el auto.

La Secuencia Del Disparate

Un modo de «procustizar» la vida es adaptarla a nuestros deseos, a costa de lo que sea.
 ¿Deseo cortarme la mano?, me la corto. ¿Deseo cortar la del vecino? Se la corto. ¿Deseo acabar de una vez con un país molesto? Le lanzo una bomba de hidrógeno. ¿Me molesta el guardia? Lo mato. ¿Te duele la cabeza? Te la corto. Muerto el perro se acabó la rabia. ¿Deseo tener mucho más dinero? lo robo. Mejor dicho, «lo sustraigo». ¿Quién osará llamar «robo» a esto? Esto no es más que un desplazamiento de papeles de un lugar a otro (mi bolsillo). Sólo puede llamarse «robo» si alguien lo sustrae de Mi bolsillo y lo traslada al de otro.

Procusto seguramente pensaría que todo el mundo había de juzgarle como una bellísima persona que merecía la medalla al mérito civil. Lo que sucedía es que no estaba en sus cabales y era un peligro público. Menos mal que no pasaba de ser un mito. Sin embargo, su talante y estilo ético no son un mito, son una realidad tan extendida que si los procustos volaran no se vería el sol. Vean ustedes a sesudos parlamentarios y elocuentes portavoces de partidos políticos, uff… ni ejemplos quiero dar, pero ya se imaginaran la cantidad de leyes que aprueban o dejan de aprobar a su conveniencia.

Cómo es el empedrado del infierno

No hace mucho un parlamentario reiteraba el aforismo tan viejo como falso: «el fin justifica los medios». Estamos en una sociedad que se entusiasma hasta perder el sentido ante «las buenas intenciones» y «los buenos deseos». Se olvida que «el infierno está empedrado de buenas intenciones  y buenos deseos», que ambas cosas -deseos e intenciones- figuran en el clásico refranero castellano.

Adviértase que nunca se ha dicho, que yo sepa, que el infierno esté lleno de gente de «buena voluntad». La voluntad es una cosa y las intenciones y deseos son otra. El infierno no admite voluntades buenas, porque la voluntad es algo muy serio, inconfundible con las intenciones. Se puede tener una buenísima intención y a la vez una voluntad perversa. Pongamos un ejemplo que hoy sólo irritará a una exigua minoría: Adolfo Hitler. ¿No tenía el hombre la buenísima intención de mejorar la raza aria y convertirla en la señora del mundo? ¿Qué insensato puede atreverse a juzgar las intenciones de Hitler? Sin embargo no hay duda: la voluntad de Hitler era perversa.
Lo cierto es que, por seguir con la sabiduría popular, el cielo puede estar lleno de gente equivocada, compatible con la buena voluntad y, en cambio, el infierno puede estar lleno de gente con certezas muy firmes y buenísimos deseos. Mis deseos son buenos, pero mi voluntad puede ser criminal… ¿o no?

Mañana seguimos con la ultima parte...